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Cuerpo y Video, de Carlos Paolillo

La incorporación de la imagen electrónica a la danza trajo consigo una nueva concepción del cuerpo estético. A los impulsos que generan el movimiento se unieron recursos audiovisuales sofisticados a fin de generar una expresión plástica inédita. La videodanza surgió así como un audaz lenguaje transformador de realidades escénicas convencionales.

En Venezuela, la videodanza significa una experiencia que cobró auge a partir de los años ochenta, con algún antecedente revelador en la década anterior. La diversidad que por ese tiempo experimentó la danza contemporánea nacional encontró en la imagen audiovisual un concepto y una técnica alternativa con la cual recrear tanto cotidianidades como abstracciones. La boga inicial se transformó en manifestación genuina, de clara visión universal y evidente sentido de identidad.

La reciente celebración del Día Internacional de la Danza, el 29 de abril, extendida durante todo el mes de mayo, permitió una aproximación a dos propuestas locales de video y cuerpo, una de notables connotaciones plástica y otra contentiva de una dramaturgia sugerida. En la sala Anna Julia Rojas de Unearte se vieron las obras más recientes de José Reinaldo Guédez y Walter Castillo, inscritas dentro de dos tendencias que reivindican lo esencial del género: la prevalencia, por sobre cualquier otra consideración, de los códigos de la imagen.

Dorado+Hombre+Dorado, de Guédez, exalta el cuerpo masculino enfatizando en los aspectos plásticos del movimiento, sin nunca prescindir de su sentido erótico. La obra formó parte de una videoinstalación presentada en los salones de Arte Corporal, que alude al mito de El Dorado desde una perspectiva esteticista antes que historicista. En ella no cuenta tanto la anécdota como el flujo de imágenes recreadas surgidas de ella. Concebida bajo la mirada de un abstraccionismo luminoso los cuerpos se desdibujan en su esencia anatómica para convertirse en formas plásticas que se integran y desintegran de continuo recordando por momentos las alucinantes imágenes del Alwin Nikolais, aunque los blancos, negros y grises predominen.

A su vez, Soledad, de Castillo, representa un nuevo reto dentro de las indagaciones audiovisuales del también bailarín y coreógrafo, caracterizadas hasta ahora por brindar distintas perspectivas de movimiento en espacios no habituales para la danza, bien sean naturales o citadinos. Esta vez se propuso contar una historia rosa de visos trágicos. La narración, más bien sugerida, se fusiona con los depurados gestos y desplazamientos de Susan Bello, bailarina de impresionante registro expresivo y técnico. La estética en general ocre de esta videodanza contiene texturas que contrastan la realidad con la ficción.

Ambos son trabajos autónomos como lenguaje y hacen parte de personales planteamientos escénicos, integrándose con coherencia a específicos postulados corporales.

Publicado en el periodico El Nacional

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